Tengo mente de virgen por más que me reparta
y me mastiquen ojos como manos,
por más que me desnude de luto en las aceras
y me penetren lenguas en todos los idiomas.
Puta mente de virgen, de vigilia y viacrucis,
aunque me abra de letras para el mundo
y me subasten boca, y me regale a trozos
de tripas y garganta y pieles y vocablos.
Yo nací para sola sobre un montón de sombras.
Soy la sola que sabe que todo se termina
por más que lo disfraces de principio.
No te llames a engaño. Yo no soy la que ves
expuesta en la vitrina de la sensualidad.
Soy sólo lo que callo. Mi silencio.
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Yo te daré un poema sin ningún adjetivo,
un tiempo para amar disturbios en mi boca,
una duda que arrase con todas tus certezas
y te daré un motivo para salir de ti.
Como si no tuviera otra cosa que darte
te daré la ocasión de violentar mis ojos
y liberar tus muertos seduciendo los míos
por compartir aquellos que están pidiendo paso.
Te voy a dar un sueño para que lo maltrates
cuando te incite Sade, la carne para el diente
y un pedazo de instinto para tu diversión.
Y por si fuera poco, te voy a dar el alma
para el último trago del desierto que cruzas.
Deséchala una vez que no te sirva.
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Él me hace el amor sin darme tiempo
a pintarme los ojos de arrebato
o incendiarme la lengua con su nombre
masturbado a la hora de la siesta.
Inmoviliza a tientas mis sentidos
y me disfruta en vías de extinción
porque sabe que hay pocas que no esperen
ganarle la partida a la esperanza.
Y me mira después sin acordarse
de que me tuvo tras el desayuno
y me llovió en la calle, entre la gente.
No sé si es él o es su desmemoria
quien me preña de azules en la albada
pero en su boca se resume el tiempo.
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