¿Qué pasaría, negra, si yo editara todo
y lo volviera todo una mitzvâ preciosa,
cantando como cantan los poetas benditos
ditirambos de amor a sus musas de gloria?
(Akhenazi)
Tus demonios y tú, conocéis las respuestas
a todas las preguntas que haces, compañero,
y a mí me da lo mismo que dudes o plantées
hipótesis que nunca entrarán en el juego,
porque a cuento de qué vas a editar la vida
cuando todo está escrito y asumiste los riesgos.
¿A mí me vas a dar flores y pajaritos?
¿Me vas a regalar paz, amor y requiebros?
Me hablas de ventajas y se me dobla el talle
con la risa que escapa de mi boca de duelo.
Como si no supieras con quién estás hablando,
de qué pasta estoy hecha y qué es lo que no espero,
sacas a pasear la lengua inoportuna
como, de anochecida, saco a mear al perro.
Qué importa qué te he visto o te dejé de ver
cuando el cariño es algo que no cuesta dinero,
se tiene o no se tiene, se gana o no se gana,
y tú para ganarte el mío, con denuedo
has gastado saliva, pasión, inconformismo,
y tiempo y corazón y lealtad y versos,
te has dejado la piel por esta arma insólita
que suele dispararse para tu desconcierto.
Pregúntate mejor por qué no te has marchado,
tú que no te enamoras, tú que, arisco recelo,
dices no crear vínculos que frenen tu galope
y te esposen al tálamo de los resentimientos.
Pregúntate por qué peleas por mi causa
después de haber pagado tus deudas con los muertos,
por qué el no-poeta desnuda la palabra
y rima libertad con ganas de estar preso
y se convierte en sangre que de una abierta herida
mana sobre mi nombre pecados inconfesos.
Si tú no fueras tú y si yo fuera otra,
nunca hubiera ocurrido lo que está sucediendo,
porque a mi no me gustan los nísperos dulzones
ni a ti te descolocan los melocotoneros.
¿No ves cómo me río en tu jeta huesuda
cada vez que rizando el rizo del apego
te da por extrañarte de que engendres pasiones
siendo sólo un dechado de hijoputez malévolo?.
Anda ya, no me cargues, no seas presumido
que sé lo que te gusta una caricia a tiempo.
Y yo estoy contenta.
De ésta no te mueres.
Ya puedo respirar.
¿Te dije que te quiero?.
Que te reíste mucho con mi noche a resorte
y yo me reí mucho con tu mundo complejo
mientras el sol crujía los goznes de las puertas
y el alba en las ventanas nos nacía de nuevo.
(Akhenazi)
Vas a heredar mi boca cualquier día,
esa naranja amarga de adulterio,
mi lengua de tormenta que incisiva
hace crujir las gavias de tu aliento.
Heredarás mi voz de jarcha y sable,
mi cetro de cristal, mi amor sin dedos,
mi astucia de tarántula perdida
en la vasta inquietud de los espejos.
Mi látigo de seda, la distancia
que va del corazón hasta los huesos,
la hondura roja y gualda de mi idioma
bajo el celeste y blanco de tu verbo.
El pulso de la luz con que destella
el nombre que le puse a tu misterio,
los confines del Norte que limitan
con mi fatalidad de oscuro enebro.
Vas a heredar las cartas del ayuno,
las horas de vigilia en el trapecio
donde colgué tu sol dilapidado
en el calor de mis poemas muertos.
Cuando te lleguen a los ojos, cava
una fosa en la tierra de tu pecho
y olvídate de mí en el instante
en que me entierres cerca de tus miedos.
Cuando sientas que el aire huele a rosas
será que han florecido los silencios.
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